El hipnotismo del zapping

Ya pasó la Nochebuena. Como cada año, la cena sirvión de almuerzo al día siguiente (y alguno más, que todavía queda pata en casa para un par de días). Como cada año, celebrando un cumple y esperando a Papá Noel (la peque de la casa, que a los demás no nos quiere ya). Como cada año, la somnolencia ataca antes de la medianoche (con el estómago a reventar, cualquiera). Y, como cada año, llega el momento del zapping universal.
Nueve en punto de la noche (una hora menos aquí). Suena el chunda-chunda-tachunda-chunda-chunda en la tele. Aparece el rey, con cara de cumpleaños, una foto familiar al ladito y la bandera al fondo (qué patrio todo). "Es para mi un inmenso placer..." y empieza el palique. Yo, por lo general, no me entero de lo que dice hasta que el periódico del día siguiente recoge en titulares: "El rey hace un llamamiento para el fin del terrorismo" o "Su majestad manda un mensaje de ánimo a los militares que pringan fuera de España"... Cosas así.
Mi atención durante esos minutos es el llamado zapping universal, porque creo que son muchos los que comparten ese impulso irrefrenable conmigo: ¿Quién no ha sentido la necesidad de agarrar el mando de la tele e ir cambiando de canal en canal, comprobando que SÍ, AHÍ ESTÁ, EN TODAS DICE LO MISMO A LA VEZ? Y no vale decir que uno no ve el mensaje, porque si se lo pierde es natural que no sienta ese impulso. Es que el rey en esos momentos te confunde y piensas: "Coño, éste quiere parecerse a dios con la omnipresencia". Pero no puedes evitar seguirle el rollo y probar. Cuando terminas con todos los canales, lo dejas un rato y vuelves a probar, por si era un truco. Después de un segundo intento, es probable que el mensaje pierda todo el interés y te vayas a poner la mesa (o a seguir comiendo).
Este año sólo vi al abuelete sentado de pasada (la bandeja de quesos me reclamaba para tomar cuerpo) y no he podido practicar uno de mis deportes televisivos favorito. Y lo peor es que hay que esperar hasta el próximo año para volver a hacerlo.